Todos hemos visto la fotografía que decidió dejarnos. Avedon: Something Personal es la nueva biografía del genio de Nueva York que recoge los testimonios de asistentes, modelos, amantes y familiares para arrojar luz sobre aquello que se quedó fuera del objetivo. 

Si encontrar al amor de tu vida con todo lo que conlleva en t&eacute;rminos de lealtad, respeto y tolerancia te parece complicado, trata de encontrar a la mano derecha de tu carrera. La tarea se vuelve todav&iacute;a m&aacute;s dif&iacute;cil si resultas ser un genio en tu profesi&oacute;n, porque adem&aacute;s de poner en pr&aacute;ctica las bondades anteriores, tu otra mitad deber&iacute;a tener una cualidad a mayores que no todo el mundo posee: la capacidad de entender que siempre le va tocar dar y sacrificar m&aacute;s que al otro en la relaci&oacute;n. Generosidad sin l&iacute;mites al fin y al cabo, algo parecido a disfrutar estando en la sombra. A pesar de las dificultades, esas relaciones a veces funcionan. Norma Stevens, directora del Avedon Studio desde 1976 hasta 2014 y coescritora junto al editor Steven M. L. Aronson de la &uacute;ltima biograf&iacute;a del fot&oacute;grafo, publicada por Spiegel&nbsp;&amp; Grau, fue algo m&aacute;s que la mano derecha de un icono.

&ldquo;Vamos a hacer mucho dinero juntos y nos lo vamos a pasar muy bien&rdquo;, vaticin&oacute; el neoyorquino el d&iacute;a que convenci&oacute; a Stevens para subirse a su barco. No se equivocaba. Avedon adoraba el dinero (el que percib&iacute;a por sus trabajos tanto como el que exig&iacute;a a la hora de producirlos) de la misma forma que ansiaba el reconocimiento. De hecho, es probable que considerase el primer aspecto condici&oacute;n indispensable para alcanzar el segundo. Por ese &uacute;ltimo acab&oacute; detestando hacer trabajos relacionados con la moda, porque por considerarse comerciales le result&oacute; mucho m&aacute;s dif&iacute;cil que le tratasen de artista. No lo habr&iacute;a conseguido sin proyectos personales como In the American West (1979-1984).

Norma Stevens y Richard Avedon en el Avedon Studio.

Si hay algo que despierta este relato es nostalgia. Tambi&eacute;n un poco de envidia, por aquello de no haber llegado a tiempo a la fiesta: perderse su cara cuando Diana Vreeland le llamaba &ldquo;Aberdeen&rdquo;, los preparativos y las campa&ntilde;as de Calvin Klein y Versace (el primero nunca llev&oacute; bien que Avedon se llevase todo el cr&eacute;dito de los spots de vaqueros y perfumes que hicieron juntos, y tras el fallecimiento de Gianni Dontella decidi&oacute; prescindir de sus servicios), el d&iacute;a en que convenci&oacute; a Stephanie Seymour para exponer y capturar su pubis ante sus alumnos de fotograf&iacute;a o su regreso en 1995 despu&eacute;s de a&ntilde;os sin hacer editoriales de moda con In Memory of the Late Mr. and Mrs. Comfort, en el que fotografi&oacute; a la modelo Nadja Auermann durante seis semanas en un escenario posapocal&iacute;ptico que cost&oacute; a la revista The New Yorker una cifra que superaba los siete d&iacute;gitos. Por no hablar del momento en que captur&oacute; a Dovima entre elefantes en 1955 o cuando su vanidad se top&oacute; con dos ancianas especulando sobre la edad que tendr&iacute;a en el tr&iacute;ptico de autorretratos que abr&iacute;a su segunda exposici&oacute;n en el Met en 2002: una aseguraba que el protagonista deb&iacute;a de tener m&aacute;s de 60 a&ntilde;os. La otra, que por lo menos 65. &ldquo;Chicas, est&aacute;is las dos equivocadas: va camino de los 80&rdquo;.

Hay ciertas cosas que dif&iacute;cilmente podr&iacute;an reproducirse en la carrera de un fot&oacute;grafo estrella hoy, como la duraci&oacute;n de su reinado (durante m&aacute;s de cinco d&eacute;cadas, el de Avedon se vio amenazado por Irving Penn, el &uacute;nico al que consider&oacute; verdadera competencia, Bruce Weber o Steven Meisel, pero ninguno logr&oacute; arrebat&aacute;rselo ni crear un fen&oacute;meno semejante), lo relativamente sencillo que le result&oacute; mantener al margen su vida privada (a pesar de haber sido interpretado en el cine por su actor favorito, Fred Astaire, en la pel&iacute;cula de 1957 Funny Face en la que, por supuesto, particip&oacute;) y los inicios de su carrera haciendo fotos en la marina mercante o como aprendiz de Aleks&eacute;i Brod&oacute;vich, director de arte de Harper&rsquo;s Bazaar. Hoy, con el inter&eacute;s general que parece despertar la industria de la moda (sobre todo aquello que trata de esconder), todos esos aspectos habr&iacute;an volado por los aires con la ayuda de Internet y las redes sociales.

Avedon, en las escaleras del Met en 1978, durante la exposición retrospectiva de sus 30 años en la fotografía.

&ldquo;Hazme un &lsquo;avedon&rsquo;&rdquo;

Aunque Norma Stevens trat&oacute; de cumplir la voluntad de Avedon cuando le pidi&oacute; que escribiese sus memorias (&ldquo;No seas buena. No quiero un tributo, quiero un retrato. Hazme un avedon&rdquo;), es evidente que se deja llevar por el cari&ntilde;o. Sus palabras son las de una vieja amiga, pr&aacute;cticamente las de una hermana que no puede ser objetiva y que es benevolente hasta en los episodios m&aacute;s truculentos. Para bien y para mal, m&aacute;s reveladoras son las historias de sus colaboradores. Todos sus asistentes, por ejemplo, aseguran que trabajar a su lado cambi&oacute; para siempre sus carreras, pero algunos afirman que cuando no eran capaces de seguirle el ritmo en el set pod&iacute;a llegar a apremiarles con una patada. Iluminadores son tambi&eacute;n los recuerdos de Renata Adler (&ldquo;Parec&iacute;a que pod&iacute;a transmitir al espectador una enfermedad contagiosa a trav&eacute;s de la fotograf&iacute;a&rdquo;, cuenta sobre uno de los retratos que le hizo Avedon), los p&aacute;rrafos en los que se hace evidente el enamoramiento que sufri&oacute; la estilista Polly Mellen durante los a&ntilde;os que colaboraron en Vogue o c&oacute;mo describe China Machado el viaje a Ibiza que emprendieron para fotografiar a Naty y Ana Abascal para el n&uacute;mero de enero de 1965 de Harper&rsquo;s Bazaar.

En la sucesi&oacute;n de cap&iacute;tulos (el libro est&aacute; organizado por temas, no cronol&oacute;gicamente) se revelan tantos secretos que a veces no es agradable de leer. Cuestiones compartidas en arranques de sinceridad en habitaciones de hotel de todo el mundo a altas horas de la madrugada, contadas de una forma que te convierte en confidente en la misma medida que en propagador de cotilleos. La forma en que maquill&oacute; su infancia, el complejo que le inculc&oacute; su padre para no parecer nunca &ldquo;demasiado jud&iacute;o&rdquo;, la inapropiada (por acercarse m&iacute;nimamente a los hechos) relaci&oacute;n que mantuvo con su hermana o sus dos fracasos matrimoniales. Por no mencionar el pasaje en el que Stevens recoge c&oacute;mo le confes&oacute; su homosexualidad y describe las supuestas dos relaciones que mantuvo en secreto con Mike Nichols y un abogado que nada ten&iacute;a que ver con su mundo.

Cuesta creer que el fot&oacute;grafo quisiera ver su intimidad expuesta de esta manera, sobre todo cuando sacrific&oacute; su vida personal para salvaguardar su imagen, para que su persona no desviase nunca la atenci&oacute;n de su prioridad absoluta: su trabajo. Pero no es m&aacute;s sencillo considerar que Norma Stevens haya decidido traicionarle despu&eacute;s de tantos a&ntilde;os de fidelidad absoluta.

La publicaci&oacute;n del libro no ha estado exenta de pol&eacute;mica: la Richard Avedon Foundation solicit&oacute; a la editorial que cesase &ldquo;su publicaci&oacute;n, distribuci&oacute;n y cualquier uso derivativo o colateral&rdquo; por estar &ldquo;lleno de incontables inexactitudes&rdquo;. La fundaci&oacute;n, que fue dirigida por la coautora desde su inauguraci&oacute;n en 2004 hasta 2009, asegura que el libro se basa en una obra de ficci&oacute;n que el propio Richard Avedon estaba preparando con Doon Arbus (la hija de Diane Arbus) cuando le sorprendi&oacute; la muerte en un viaje de trabajo en Texas. &iquest;La mejor parte de este conflicto? Que Avedon, amante de los esc&aacute;ndalos, habr&iacute;a disfrutado de los r&iacute;os de tinta que ha hecho correr este. Y se lo habr&iacute;a tomado con sentido del humor, porque el artista que revolucion&oacute; la fotograf&iacute;a con sus im&aacute;genes de moda en movimiento y sus retratos minimalistas deseaba acabar convertido en un avedon, pero tambi&eacute;n era consciente de las carencias de su disciplina. &ldquo;Todas las fotograf&iacute;as son ciertas. Pero ninguna es la verdad&rdquo;. Las p&aacute;ginas de este libro son en parte biograf&iacute;a, en parte memoria y en parte historia oral. Impresiones, en definitiva, para que puedas formar la tuya.

Im&aacute;genes cortes&iacute;a de Spiegel&nbsp;&amp; Grau (Susan Chieco, Stevens Family Collection, Alan Kleinberg)

La otra foto de Avedon

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